viernes, 4 de marzo de 2016

Salmo 1: la persona verdaderamente feliz






El salmo 1 está al inicio del Salterio como una introducción al resto de los ciento cuarenta y nueve cantos siguientes. Como señala Kidner, “pareciera que este salmo fue compuesto especialmente como introducción general al salterio”[1].
Temáticamente este salmo recuerda los escritos sapienciales, en los que se contrapone la vida de los sabios a la de los necios; los primeros son felices o bienaventurados en virtud de su obediencia y su conocimiento de Dios, mientras que los “malos” (los “malvados”, Dios Habla Hoy) acarrean sobre sí un final doloroso, debido a su desprecio a Dios y a su Instrucción.
La estructura del salmo es fácilmente distinguible: los versículos del 1 al 3 señalan el camino de la vida, mientras que los versículos 4 y 5 indican el camino de la muerte; el versículo 6 subraya la separación total y contundente de ambos senderos.



Si bien es cierto se ha insistido —correctamente— en presentar este salmo como el salmo de los “dos caminos”, lo cierto es que el autor enfatiza la felicidad de aquella persona que encuentra en la “Ley de Jehová” (la Torá: Instrucción), su delicia. El gozo inherente a guardar la Palabra de Dios ha sido también destacado en el más largo de los salmos (119), así como en múltiples pasajes del Antiguo Testamento. Lejos del rigorismo propio de los fariseos, la Palabra de Dios es vida e instrucción amorosa para quienes la aman y atesoran. Como señala Kraus, en el Nuevo Testamento “por medio de Cristo y en Cristo, la comunidad del nuevo pacto reconoce y experimenta aquella gozosa relación de vida con la Biblia, que se basa únicamente en el poder de Dios para comunicarse y ser clemente”[2].


La expresión “bienaventurado” (v. 1), puede ser traducida como “¡Qué feliz es esa persona!”; con ella se da a entender que quienes meditan y guardan la Palabra de Dios son semejantes a árboles robustos y vigorosos, cuyas raíces se alimentan del agua viva. Por el contrario, los malvados muestran tres grados de alejamiento de Dios, cuyo desenlace es la muerte: aceptan el consejo del mundo, andan con pecadores y al final se tornan burladores y cínicos.
Por otra parte, las tres expresiones negativas dan paso a dos positivas: el que es bienaventurado pone “su amor en la ley del Señor” (Dios Habla Hoy), y como resultado de eso medita en ella de día y de noche, tal como Dios le había ordenado a Josué (Jos. 1.8).
Quien guarda la Palabra de Dios lleva, al fin, a buen puerto sus empresas, y —como se señaló anteriormente— es como un árbol frondoso, símil usado también por Jeremías (Jer. 17.8).
A diferencia del árbol, el tamo (“paja”, Dios Habla Hoy) es carente de toda raíz, y es llevado por el viento. Por eso, la separación entra ambas sendas: la de la obediencia a la Palabra de Dios y su desprecio, es, al final, inevitable.


[1] Derek Kidner. Salmos 1-72. Traducido por E. Adriana P. de Bedoian. Buenos Aires: Certeza, 1991, p. 49.
[2] Hans-Joachim Kraus. Los Salmos. Vol. I. Traducido por Constantino Ruiz Garrido. Salamanca: Sígueme, 1993, p. 183.