Introducción
El salmo 7 es la oración de alguien que necesita la justicia divina,
pues ha sido acusado arbitrariamente. El cántico avanza desde el ruego personal
del orante, traicionado en el pasado y perseguido en el presente, hasta la
confianza férrea en Dios, Juez de toda la tierra. El salmista también recalca
que la maldad termina por destruirse a sí misma.
En cuanto a su forma, el salmo se puede dividir de la siguiente
manera: la oración del sufriente (v. 1-2), el juramento de inocencia (vv. 3-5),
Dios es un Juez Justo (vv. 6-11), la consumación del pecado (vv. 12-16), acción
de gracias (v. 17).
El salmo se atribuye a David. Aunque no se conoce nada acerca de Cus,
el personaje mencionado en la introducción, es interesante notar que después de
la rebelión de Absalón, miembros de la tribu de Benjamín —la tribu a la que
pertenecía Saúl— se levantaron en contra de David (II Samuel 16 y 20). En
cuanto a “Sigaión”, su significado probablemente sea “errar” o “deambular”.
Según algunos estudiosos tiene que ver con un estado de conmoción emocional,
reflejado en un canto de lamentación.
Propósito
Desde el punto de vista de los reformadores, especialmente de Lutero,
el salmo 7 es importante para el cristiano, pues siempre se debe luchar para
que prevalezca la verdad y la justicia. No que el cristiano se escude en su
propia justicia delante de Dios, esperando de ella su salvación; sino más bien
que, ante acusaciones injustas, se debe orar apelando a la infinita sabiduría
del Señor. Desde este punto de vista, el salmo 7 es un recordatorio y un texto
esperanzador; en él queda claro que la venganza —prerrogativa divina— no le
compete al creyente (Romanos 12.19).
Comentario
Aunque David oraba por su supervivencia y su
liberación, de antemano confiaba plenamente en Dios; por eso, antes de elevar
su petición declara solemnemente: “Jehová Dios mío, en ti he confiado” (v.1).
Por otra parte, el enemigo es tipificado como una fiera amenazante, figura
usada en el Nuevo Testamento para referirse a las acechanzas de Satanás (I
Pedro 5.8).
Los versículos 3-5 describen el
juramento de inocencia del salmista. Se puede ver en ellos el carácter moral de
David, ejemplo a seguir del creyente, quien está llamado a ser un pacificador y
a no pagar el mal con otro mal (compárese el versículo 4 con Romanos 12.17).
Los versículos 7-11 evidencian
una perspectiva amplia, que va, más allá de la reivindicación personal, al
establecimiento universal de la justicia. Dios, Juez Justo del creyente
(individual), lo es también de todos “los rectos de corazón” (v. 10). Su
Justicia es perfecta, pues no se fundamenta en la exterioridad de las
apariencias, sino que llega hasta donde el ojo y el discernimiento humano no
llega: a lo profundo del corazón (v. 9: “tú que sondeas corazón y entrañas”, Biblia del peregrino).
La cláusula del versículo 12
manifiesta la misericordia de Dios: si el impío se arrepiente, encontrará
perdón; de lo contrario, perecerá atrapado en la trampa que él mismo preparó.
El versículo 14 describe el pecado desde su concepción hasta su manifestación;
en el Nuevo Testamento el tema es tratado por Santiago (Santiago 1.15).
El salmo concluye con una emotiva
declaración de alabanza a Dios y a su Justicia; el salmista, quien ya desde el
inicio confiaba en su Señor, canta himnos de alabanza a su Libertador.