Introducción
Este es el primero de los salmos que se le
atribuye, directamente desde el título, a David; específicamente tiene que ver
con los hechos narrados en II Samuel 15, pasaje que registra la sublevación de
Absalón. Este salmo pertenece a un grupo de cantos de oración en los que se
expresa el lamento del individuo, así como su confianza en Dios. Lo anterior se
ve en la estructura misma del texto: en los versículos 1 y 2 el salmo muestra
la situación difícil que vive el orante. Los versículos 3-6 destacan la
confianza en Jehová, que se muestra como escudo, y, finalmente, los versículos
7 y 8 dejan ver la victoria y la bendición de Dios sobre aquella persona que ha
puesto en Él su confianza.
Propósito
Como se dijo anteriormente, el salmo está vinculado con la rebelión de
Absalón, hijo del rey David, en contra de su propio padre. Mientras que en el
plano exterior la vida de David estaba fuertemente amenazada, en su corazón
había una profunda confianza en el Señor. David, quien mientras huía de Absalón
iba “llorando, llevando la cabeza cubierta y los pies descalzos” (II Samuel
15.30), podía, no obstante, decir en su corazón y con su canto que el Señor era
su gloria y quien levantaba su cabeza.
De la misma manera, el creyente en la actualidad se encuentra
constantemente rodeado de amenazas. Jesús dijo que en el mundo tendríamos
aflicciones; pero, de la misma manera que David, tenemos la esperanza de que
aún en la más tenebrosa hora podemos estar erguidos y levantar nuestras cabezas
(Lucas 21.28), sabiendo que nuestra ayuda viene del Señor.
Comentario
La multitud de
los rebeldes en contra de David es patente en II Samuel 15.11-13; por eso David
podría quejarse de lo numeroso de sus enemigos. La oposición se levanta y se
vuelve agresiva. Las palabras del versículo 2, en lugar de dirigirse contra
Dios, son una estocada certera hacia David[1].
En el versículo 3
el salmista quita los ojos de sus adversarios, de sus problemas y angustias y
concentra su mirada en Dios: “mas tú Jehová”. El Señor es, para David, como un
escudo (v. 3); pero no cualquier escudo, sino uno que, en lugar de cubrir una
sola parte del cuerpo, le protege total y absolutamente (“Pero tú, Señor, eres
mi escudo en torno”, Biblia del Peregrino).
Decir que el
Señor es nuestra gloria (hebreo “kabod”:
peso, riqueza, honor, brillo, o bien, lo que le da importancia a alguien)
indica el honor que representa ser su siervo, así como la dignidad que Dios
otorga a todos quienes en Él confían (cf. Salmo 34.5, II Corintios 3.13, 18).
Dios, que había
instaurado a David como Rey de Israel, le escucha desde su monte santo. Por su
parte, David puede estar confiado en el Señor y, aún en medio de la persecución
dormir y despertar con el sustento del Señor (v. 5). Por esa misma razón, no
importa que la rebelión sea de diez millares de gentes, aun así, David confía
en Dios.
Finalmente, David
levanta su oración a Dios, pidiendo ser salvado, a la vez que recuerda que
anteriormente Dios ya había intervenido a favor de él. Es significativo ver que
aquellos que hablaban mal de David y abrían su boca en contra de Dios, tienen
como castigo el quebrantamiento tipificado como rompimiento de sus dientes. El
versículo 8 es un epifonema que resume el sentido del salmo y que expresa que
toda salvación de los enemigos proviene de Dios.
[1] “Selah”, palabra que se encuentra al final del versículo 2 y aparece
71 veces en los salmos, podía ser una indicación musical que señalaba un
interludio, o bien, una indicación de irrumpir con instumentos o voces. También
se ha sugerido que es un término litúrgico
que quiere decir “inclinarse”. Lo más probable es que la primera
interpretación sea la mejor. Al respecto véase Derek Kidner. Salmos 1-72. Volumen 1. Traducido por E.
Adriana P. de Bedoian. Buenos Aires: Certeza, 1991, p. 34.
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