Introducción
Mientras que el salmo 9 extiende su mirada hacia la futura
intervención divina que hará justicia al fin de los tiempos, el salmo 10
mantiene el centro de gravedad en la era presente, donde parece que la
injusticia triunfa. El décimo canto del Salterio trata el problema de la injusticia,
plasmado en la inquietud que ocasiona la vida —aparentemente victoriosa— de los
malvados.
El canto, que probablemente haya sido uno solo con el salmo 9, no tiene
título ni indicaciones de carácter litúrgico o musical. Una manera de delinear sus
contenidos es la siguiente: los versículos del 1 al 11 describen los alardes de
quien vive alejado de Dios y desafía a la Justicia Divina. Los versículos 12 al
18 registra la oración de la víctima que clama a Dios por justicia.
Propósito
No existe un propósito expresamente indicado en el salmo; tampoco hay
una referencia histórica que deje constancia de la época en que se escribió.
Simplemente el cántico enfrenta al lector con un problema que, más allá de
ubicaciones precisas o contextos históricos, parece ser una de las interrogantes
que siempre ha atormentado a la mente humana: ¿por qué quienes viven de manera
injusta parecen no sufrir ningún agravio? Desde este punto de vista, el tema
del salmo no carece de actualidad. Por el contrario, tanto en el Antiguo como
en el Nuevo Testamento es posible encontrar una teología acerca del problema de
la Justicia y la Retribución (así por ejemplo todo el libro de Job, en el Antiguo
Testamento, y en el Nuevo Testamento algunos pasajes como Lucas 18.1-8, Juan
9.1-12, Apocalipsis 6.10). Tanto en el salmo, como en los pasajes citados, la
Escritura claramente enseña que Dios no actúa tardíamente, sino que es clemente
y misericordioso hacia todos los seres humanos. No obstante, algún día el Señor
establecerá su Reinado de Justicia Perfecta y Perpetua.
Comentario
Los versículos
del 1 al 11 describen al hombre alejado de Dios. El pecado más grande del ser
humano es la soberbia; en el caso del hombre descrito aquí, esta soberbia se
vuelca tanto en contra de Dios como en contra del prójimo. La persecución del
malvado contra el humilde es descrita en Dios
Habla Hoy como “rabiosa”. Irónicamente, al igual que en el salmo 9.15, las
trampas y los artificios de los malvados operan contra ellos.
El salmo es rico
en descripciones acerca del malvado y su manera de proceder: su rostro es
altivo (v. 4); sus pensamientos niegan a Dios (v. 4); sus caminos son torcidos
(v. 5); su corazón confía en sus propias fuerzas (v. 6); su boca es engañosa y
fraudulenta (v. 7); sus ojos están llenos de furia (v. 8).
No obstante, sus
desprecios y su arrogancia no son más que bravuconadas, pues en el fondo teme
la acción divina; de ahí su fallida esperanza de que Dios no le juzgue (v. 11).
A partir del
versículo 12, la oración del sufriente abre paso, paulatinamente, a una fe
inquebrantable. En primer lugar, tal como también aparece en el salmo 9.19, el
salmista ruega para que Dios “levante” su mano (alzar la mano puede ser un
gesto de juramento: cf. Ezequiel 20.5, 36.7; o bien un gesto que indica la
intervención poderosa de Dios: cf. Miqueas 5.9).
Contrario al
deseo del malvado en el verso 11, Dios no esconde su rostro del necesitado y el
desvalido (v. 14). Algún día Dios pedirá cuentas “hasta que no quede nada
pendiente”, (v. 15, Dios Habla Hoy).
Al igual que el
salmo 9, donde al final el salmista recuerda que el ser humano no es Dios; el
10 enfatiza que el hombre no es más que polvo y tierra, al cual volverá al
morir (v. 18, Dios Habla Hoy: “¡que
el hombre, hecho de tierra, no vuelva a sembrar el terror!”).