sábado, 16 de julio de 2016

Salmo 10: Jehová, Salvador de los desvalidos






Introducción
Mientras que el salmo 9 extiende su mirada hacia la futura intervención divina que hará justicia al fin de los tiempos, el salmo 10 mantiene el centro de gravedad en la era presente, donde parece que la injusticia triunfa. El décimo canto del Salterio trata el problema de la injusticia, plasmado en la inquietud que ocasiona la vida —aparentemente victoriosa— de los malvados.
El canto, que probablemente haya sido uno solo con el salmo 9, no tiene título ni indicaciones de carácter litúrgico o musical. Una manera de delinear sus contenidos es la siguiente: los versículos del 1 al 11 describen los alardes de quien vive alejado de Dios y desafía a la Justicia Divina. Los versículos 12 al 18 registra la oración de la víctima que clama a Dios por justicia.


Propósito
No existe un propósito expresamente indicado en el salmo; tampoco hay una referencia histórica que deje constancia de la época en que se escribió. Simplemente el cántico enfrenta al lector con un problema que, más allá de ubicaciones precisas o contextos históricos, parece ser una de las interrogantes que siempre ha atormentado a la mente humana: ¿por qué quienes viven de manera injusta parecen no sufrir ningún agravio? Desde este punto de vista, el tema del salmo no carece de actualidad. Por el contrario, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento es posible encontrar una teología acerca del problema de la Justicia y la Retribución (así por ejemplo todo el libro de Job, en el Antiguo Testamento, y en el Nuevo Testamento algunos pasajes como Lucas 18.1-8, Juan 9.1-12, Apocalipsis 6.10). Tanto en el salmo, como en los pasajes citados, la Escritura claramente enseña que Dios no actúa tardíamente, sino que es clemente y misericordioso hacia todos los seres humanos. No obstante, algún día el Señor establecerá su Reinado de Justicia Perfecta y Perpetua.


Comentario
Los versículos del 1 al 11 describen al hombre alejado de Dios. El pecado más grande del ser humano es la soberbia; en el caso del hombre descrito aquí, esta soberbia se vuelca tanto en contra de Dios como en contra del prójimo. La persecución del malvado contra el humilde es descrita en Dios Habla Hoy como “rabiosa”. Irónicamente, al igual que en el salmo 9.15, las trampas y los artificios de los malvados operan contra ellos.
El salmo es rico en descripciones acerca del malvado y su manera de proceder: su rostro es altivo (v. 4); sus pensamientos niegan a Dios (v. 4); sus caminos son torcidos (v. 5); su corazón confía en sus propias fuerzas (v. 6); su boca es engañosa y fraudulenta (v. 7); sus ojos están llenos de furia (v. 8).
No obstante, sus desprecios y su arrogancia no son más que bravuconadas, pues en el fondo teme la acción divina; de ahí su fallida esperanza de que Dios no le juzgue (v. 11).
A partir del versículo 12, la oración del sufriente abre paso, paulatinamente, a una fe inquebrantable. En primer lugar, tal como también aparece en el salmo 9.19, el salmista ruega para que Dios “levante” su mano (alzar la mano puede ser un gesto de juramento: cf. Ezequiel 20.5, 36.7; o bien un gesto que indica la intervención poderosa de Dios: cf. Miqueas 5.9).
Contrario al deseo del malvado en el verso 11, Dios no esconde su rostro del necesitado y el desvalido (v. 14). Algún día Dios pedirá cuentas “hasta que no quede nada pendiente”, (v. 15, Dios Habla Hoy).
Al igual que el salmo 9, donde al final el salmista recuerda que el ser humano no es Dios; el 10 enfatiza que el hombre no es más que polvo y tierra, al cual volverá al morir (v. 18, Dios Habla Hoy: “¡que el hombre, hecho de tierra, no vuelva a sembrar el terror!”).