lunes, 15 de octubre de 2018



Salmo 12: Las palabras de los malvados y la Palabra de Dios





Introducción
El salmo 12 trata acerca del uso de las palabras; el canto contrapone las palabras lisonjeras y falsas de los hombres malvados, a la Palabra de Dios, que es comparada con plata purificada. Las palabras de los malvados, según el salmo, manifiestan la deslealtad de los hombres, quienes parecen dominar y fiarse del poder de sus lenguas. Ante eso, el salmista eleva una súplica, a la que sigue una promesa de parte de Dios.
El salmo, que se le atribuye a David, está dirigido al músico principal. “Sobre seminit” probablemente quiera decir que está compuesto para un instrumento de ocho cuerdas. En cuanto a su estructura podríamos establecerla de la siguiente manera: versículos 1 al 4: la jactancia de quienes emiten palabras falsas; versículos 5 y 6: la Palabra veraz y pura de Dios; versículos 7 y 8 la protección de Dios.

Propósito
Podría verse en este salmo una extensión del salmo 11.3, ya que la situación sigue siendo, como lo es en el salmo 11, apremiante para el salmista. La referencia a los “hijos de los hombres” (heb: benê ādām) otorga un carácter universal a la conducta humana, tal como lo hace ver Pablo en la Carta a los Romanos (Véase Romanos 3.9).  No obstante, el centro del salmo es, como ocurre en otros cantos del Salterio, la Palabra de Dios, que se transforma en salvación profética hacia el pueblo orante, que suplica por la intervención divina. La promesa contenida en el versículo 7 da garantía al pueblo escogido que, independientemente de las circunstancias difíciles, Dios guardará a quienes han clamado y confiado en Él.



Comentario
El salmo inicia con una exclamación dramática de David: pareciera que se han ido todos los justos y él se ha quedado sólo. Ante esta situación, el salmista no opta por huir; por el contrario, decide no retirarse, se mantiene firme en su decisión de ser fiel a Dios y, en consecuencia, levanta una oración de súplica (“Salva, oh, Jehová”).
Los injustos hablan con doblez de corazón; es decir, manifiestan una conducta falsa, caracterizada por una doble cara: mientras que externamente profieren lisonjas y buenas palabras, oprimen a los menesterosos y se aprovechan de los pobres (v. 5).
El versículo 4 anuncia la intervención de Dios a favor de los que padecen a causa de la lengua maligna: Dios destruirá a los lisonjeros y a los jactanciosos. Un anticipo de este juicio lo tenemos ya en Génesis 3.14, en el juicio de Dios contra la Serpiente Antigua y sus palabras falsas; mientras que su culminación puede verse al final de los tiempos, sobre los enemigos de Dios (cf. Daniel 7.8, Apocalipsis 13.5).
El gran mal de quienes confían en el poder de sus palabras es la jactancia. La arrogancia, que les hace despreciar a Dios mismo y confiar en sus propias fuerzas, dicta el final de los malvados (véase v. 4 Dios Habla Hoy). Por el contrario, si las palabras lisonjeras de los engañadores están manchadas con el engaño, la Palabra de Dios es pura como la plata refinada.
El salmo finaliza con la promesa de que Dios guardará a sus hijos. No obstante, el salmista no cierra sus ojos y es consciente de que aquellos que hablan palabras de maldad aún —al menos en este siglo— prevalecen.