Salmo 12: Las palabras de los malvados y la Palabra de Dios
Introducción
El salmo 12 trata acerca del uso
de las palabras; el canto contrapone las palabras lisonjeras y falsas de los
hombres malvados, a la Palabra de Dios, que es comparada con plata purificada. Las
palabras de los malvados, según el salmo, manifiestan la deslealtad de los
hombres, quienes parecen dominar y fiarse del poder de sus lenguas. Ante eso,
el salmista eleva una súplica, a la que sigue una promesa de parte de Dios.
El salmo, que se le atribuye a
David, está dirigido al músico principal. “Sobre seminit” probablemente quiera
decir que está compuesto para un instrumento de ocho cuerdas. En cuanto a su
estructura podríamos establecerla de la siguiente manera: versículos 1 al 4: la
jactancia de quienes emiten palabras falsas; versículos 5 y 6: la Palabra veraz
y pura de Dios; versículos 7 y 8 la protección de Dios.
Propósito
Podría verse en este salmo una
extensión del salmo 11.3, ya que la situación sigue siendo, como lo es en el salmo 11, apremiante para el
salmista. La referencia a los “hijos de los hombres” (heb: benê ādām) otorga un carácter universal a la conducta humana, tal
como lo hace ver Pablo en la Carta a los Romanos (Véase Romanos 3.9). No obstante, el centro del salmo es, como
ocurre en otros cantos del Salterio, la Palabra de Dios, que se transforma en
salvación profética hacia el pueblo orante, que suplica por la intervención
divina. La promesa contenida en el versículo 7 da garantía al pueblo escogido
que, independientemente de las circunstancias difíciles, Dios guardará a
quienes han clamado y confiado en Él.
Comentario
El
salmo inicia con una exclamación dramática de David: pareciera que se han ido
todos los justos y él se ha quedado sólo. Ante esta situación, el salmista no
opta por huir; por el contrario, decide no retirarse, se mantiene firme en su
decisión de ser fiel a Dios y, en consecuencia, levanta una oración de súplica
(“Salva, oh, Jehová”).
Los
injustos hablan con doblez de corazón; es decir, manifiestan una conducta
falsa, caracterizada por una doble cara: mientras que externamente profieren
lisonjas y buenas palabras, oprimen a los menesterosos y se aprovechan de los
pobres (v. 5).
El
versículo 4 anuncia la intervención de Dios a favor de los que padecen a causa
de la lengua maligna: Dios destruirá a los lisonjeros y a los jactanciosos. Un
anticipo de este juicio lo tenemos ya en Génesis 3.14, en el juicio de Dios
contra la Serpiente Antigua y sus palabras falsas; mientras que su culminación
puede verse al final de los tiempos, sobre los enemigos de Dios (cf. Daniel
7.8, Apocalipsis 13.5).
El
gran mal de quienes confían en el poder de sus palabras es la jactancia. La
arrogancia, que les hace despreciar a Dios mismo y confiar en sus propias
fuerzas, dicta el final de los malvados (véase v. 4 Dios Habla Hoy). Por el contrario, si las palabras lisonjeras de
los engañadores están manchadas con el engaño, la Palabra de Dios es pura como
la plata refinada.
El
salmo finaliza con la promesa de que Dios guardará a sus hijos. No obstante, el
salmista no cierra sus ojos y es consciente de que aquellos que hablan palabras
de maldad aún —al menos en este siglo—
prevalecen.